Tengo
la piel muy blanca. Tanto que un día de estos creo que me voy a mirar en el
espejo y veré a través mío. El médico ya me dijo hace un tiempo que tenía la
piel nórdica y yo me lo quedé mirando del palo: “¿En serio? ¿En qué lo has
notado?”. Cuando hace tropecientos años que salgo a la calle con factor de
protección 50+ si no quiero pillar una insolación y unas rojeces en la piel,
que ni el típico guiri que se pasea por La Rambla en pleno mes de agosto en
chanclas y calcetines puede lucir sin pestañear de dolor. Aunque si tenemos en
cuenta la cantidad de alcohol en sangre acumulada a base de sangrías, tintos de
verano y cervezas no me extraña que no lo sientan.
Pero no
estoy aquí para hablar de mi piel intolerante a los rayos del dios Apolo sino
del maquillaje.
Como
siempre ando por casa y los ánimos han estado más bien bajos, hace mucho tiempo
que no me maquillo. Antes lo hacía más a menudo e incluso tuve una época de
visionado de tutoriales en Youtube para no pifiarla al menos con lo más básico.
Ahora las cosas han cambiado. Para la mayoría de vídeos que se suben hoy en día
hay que ser una Máster del Universo y tener una tarjeta de crédito muy
abultada. Por no hablar de mucha pericia y un pulso firme para no acabar
pareciéndote a un Miró.
El caso
es que entre que me quiero animar un poco y que mi cara de Morticia Adams ya no
hace tanta gracia como cuando era adolescente o veinteañera y me iba el rollo
gótico, estoy pensando en coger de nuevo las brochas. Una idea que se enciende
y se apaga en mi cabeza como el intermitente de un coche por las diferentes
señales buenas y malas de esta decisión.
Las
buenas son las fáciles, obviamente. Me veré más guapa (eso o emigro a un país
escandinavo donde no desentone tanto y dónde por cierto los chicos están
requetebuenos); es divertido entrar en una tienda de cosméticos y mirar todos
esos colores que te llaman desde el expositor, probar, oler, dejar que una
experta te asesore y pruebe algún producto contigo; sorprender a tu pareja con
un look femme fatale en una cena con velas…
Por
desgracia, las malas aún son más fáciles de nombrar. Eso de que me veré más
guapa es una broma ¿no? En todo caso conseguiré una cara más sana con un poco
de color pero milagros a Lourdes. Así que dejémoslo en agraciada. Porque como
no se venga conmigo la pobre chica que está en el stand maquillando ya te digo
yo que la paciencia y gracia con la que ella lo hace no casan conmigo, puro
nervio y prisas para llegar a todo. Sí, es divertido entrar en una tienda con
el propósito de renovar tu kit de maquillaje pero seamos sinceras, cuando
empiezas a ver los precios y la cantidad de bases, cremas, delineadores,
iluminadores, pinceles y demás utensilios que te aseguran son necesarios para
conseguir el efecto deseado, como que mi bolsillo se pone a temblar y pienso en
la cantidad de libros, capuchinos y chocolate al que voy a tener que renunciar
a cambio y se me pasan las ganas. También hay que tener en cuenta que ahora
viene el calor y el sudor es un fuerte enemigo del maquillaje. Esa sensación de
quererte pasar una toallita refrescante por toda la cara y cuello es acuciante
y puede dar al traste con tanto trabajo previo y dinero invertido.
Y lo
del look femme fatale… ¡Ejem! Si a estas alturas soy incapaz de conseguir un
look básico smokey eyes como voy a conseguir parecerme a esas mujeres
explosivas. Aunque las curvas ya las tengo para qué engañarnos. Y eso ya tiene
su punto si lo acompañas de un bonito corpiño.
Y el
tiempo, ¿qué me decís del tiempo? Que vale que una ahora está en casa y dispone
de todas las horas del día que hagan falta. Pero esperamos que pronto la cosa
cambie y una se niega a levantarse dos horas antes o ir a dormir media hora más
tarde para aplicar chapa y pintura y después desmaquillarse para ir a dormir
con la cara bien limpia. Pero oye, una cosa tengo que reconocer. He tenido
compañeras de trabajo que aún entrando al curro a las 6 de la mañana, aparecían
por la puerta con unos ojos dignos de Cleopatra y les quedaba de fábula. Seguro
que vosotr@s también conocéis a una de estas virtuosísimas mujeres. Porque
habrá personas virtuosas en la música o en la cocina, por ejemplo, pero no me
digáis que la capacidad para trazar con tanto arte esas sombras, delineados y
pestañas no es una virtud. Vale que también hay quién parece el payaso de It de Stephen King pero eso ya es cosa
de mal gusto y de querer provocar pesadillas.
Y otro
aspecto a tener en cuenta que no podemos dejar pasar. Si de habitual mi bolso
ya pesa una tonelada, ¿cómo lo hago para encima llevar un neceser para los inevitables “retoques”? A parte de
la cartera, el móvil, las llaves, los kleenex, una libreta, bolígrafos de
varios colores, el estuche de las gafas y las lentillas, las gafas de sol,
ibuprofeno y paracetamol para el dolor de cabeza, un libro y el Ipod, tengo que
añadir más cosas. ¡Que aquí lo que buscamos es tener mejor aspecto no una
lumbalgia!
Suerte
que en estos casos sí que tengo punto intermedio o fuerza de voluntad (como le
queráis llamar) y no me dejo llevar por la tentación. Por el momento me
limitaré a mi BBCream, alguna sombra discreta, un poco de color en las mejillas
y rimel. Pintalabios no porque soy un caso incurable en cuanto a morderse los
labios se refiere y de los brillos no puedo pasar ya que una barra me duraría
un día. Y mucha determinación a la hora de decir no cuando quieran que pruebe
tal o cual lo que sea que me ofrezcan. Una buena lectura en compañía de una
taza de café obra en mi cara demacrada el mismo milagro que unos cuantos potingues
iluminándola con una sonrisa de oreja a oreja. Estoy segura de que sabéis de que
hablo y de lo bien que sienta. ¿Me equivoco?
Nos
leemos en el próximo post.
No hay comentarios:
Publicar un comentario