jueves, 10 de marzo de 2016

¿SOMBRA AQUÍ, SOMBRA ALLÁ? DIVAGACIONES SOBRE MAQUILLAJE

Tengo la piel muy blanca. Tanto que un día de estos creo que me voy a mirar en el espejo y veré a través mío. El médico ya me dijo hace un tiempo que tenía la piel nórdica y yo me lo quedé mirando del palo: “¿En serio? ¿En qué lo has notado?”. Cuando hace tropecientos años que salgo a la calle con factor de protección 50+ si no quiero pillar una insolación y unas rojeces en la piel, que ni el típico guiri que se pasea por La Rambla en pleno mes de agosto en chanclas y calcetines puede lucir sin pestañear de dolor. Aunque si tenemos en cuenta la cantidad de alcohol en sangre acumulada a base de sangrías, tintos de verano y cervezas no me extraña que no lo sientan.
Pero no estoy aquí para hablar de mi piel intolerante a los rayos del dios Apolo sino del maquillaje.



Como siempre ando por casa y los ánimos han estado más bien bajos, hace mucho tiempo que no me maquillo. Antes lo hacía más a menudo e incluso tuve una época de visionado de tutoriales en Youtube para no pifiarla al menos con lo más básico. Ahora las cosas han cambiado. Para la mayoría de vídeos que se suben hoy en día hay que ser una Máster del Universo y tener una tarjeta de crédito muy abultada. Por no hablar de mucha pericia y un pulso firme para no acabar pareciéndote a un Miró.  
El caso es que entre que me quiero animar un poco y que mi cara de Morticia Adams ya no hace tanta gracia como cuando era adolescente o veinteañera y me iba el rollo gótico, estoy pensando en coger de nuevo las brochas. Una idea que se enciende y se apaga en mi cabeza como el intermitente de un coche por las diferentes señales buenas y malas de esta decisión.
Las buenas son las fáciles, obviamente. Me veré más guapa (eso o emigro a un país escandinavo donde no desentone tanto y dónde por cierto los chicos están requetebuenos); es divertido entrar en una tienda de cosméticos y mirar todos esos colores que te llaman desde el expositor, probar, oler, dejar que una experta te asesore y pruebe algún producto contigo; sorprender a tu pareja con un look femme fatale en una cena con velas…
Por desgracia, las malas aún son más fáciles de nombrar. Eso de que me veré más guapa es una broma ¿no? En todo caso conseguiré una cara más sana con un poco de color pero milagros a Lourdes. Así que dejémoslo en agraciada. Porque como no se venga conmigo la pobre chica que está en el stand maquillando ya te digo yo que la paciencia y gracia con la que ella lo hace no casan conmigo, puro nervio y prisas para llegar a todo. Sí, es divertido entrar en una tienda con el propósito de renovar tu kit de maquillaje pero seamos sinceras, cuando empiezas a ver los precios y la cantidad de bases, cremas, delineadores, iluminadores, pinceles y demás utensilios que te aseguran son necesarios para conseguir el efecto deseado, como que mi bolsillo se pone a temblar y pienso en la cantidad de libros, capuchinos y chocolate al que voy a tener que renunciar a cambio y se me pasan las ganas. También hay que tener en cuenta que ahora viene el calor y el sudor es un fuerte enemigo del maquillaje. Esa sensación de quererte pasar una toallita refrescante por toda la cara y cuello es acuciante y puede dar al traste con tanto trabajo previo y dinero invertido.
Y lo del look femme fatale… ¡Ejem! Si a estas alturas soy incapaz de conseguir un look básico smokey eyes como voy a conseguir parecerme a esas mujeres explosivas. Aunque las curvas ya las tengo para qué engañarnos. Y eso ya tiene su punto si lo acompañas de un bonito corpiño.
Y el tiempo, ¿qué me decís del tiempo? Que vale que una ahora está en casa y dispone de todas las horas del día que hagan falta. Pero esperamos que pronto la cosa cambie y una se niega a levantarse dos horas antes o ir a dormir media hora más tarde para aplicar chapa y pintura y después desmaquillarse para ir a dormir con la cara bien limpia. Pero oye, una cosa tengo que reconocer. He tenido compañeras de trabajo que aún entrando al curro a las 6 de la mañana, aparecían por la puerta con unos ojos dignos de Cleopatra y les quedaba de fábula. Seguro que vosotr@s también conocéis a una de estas virtuosísimas mujeres. Porque habrá personas virtuosas en la música o en la cocina, por ejemplo, pero no me digáis que la capacidad para trazar con tanto arte esas sombras, delineados y pestañas no es una virtud. Vale que también hay quién parece el payaso de It de Stephen King pero eso ya es cosa de mal gusto y de querer provocar pesadillas.
Y otro aspecto a tener en cuenta que no podemos dejar pasar. Si de habitual mi bolso ya pesa una tonelada, ¿cómo lo hago para encima llevar un neceser  para los inevitables “retoques”? A parte de la cartera, el móvil, las llaves, los kleenex, una libreta, bolígrafos de varios colores, el estuche de las gafas y las lentillas, las gafas de sol, ibuprofeno y paracetamol para el dolor de cabeza, un libro y el Ipod, tengo que añadir más cosas. ¡Que aquí lo que buscamos es tener mejor aspecto no una lumbalgia!


Suerte que en estos casos sí que tengo punto intermedio o fuerza de voluntad (como le queráis llamar) y no me dejo llevar por la tentación. Por el momento me limitaré a mi BBCream, alguna sombra discreta, un poco de color en las mejillas y rimel. Pintalabios no porque soy un caso incurable en cuanto a morderse los labios se refiere y de los brillos no puedo pasar ya que una barra me duraría un día. Y mucha determinación a la hora de decir no cuando quieran que pruebe tal o cual lo que sea que me ofrezcan. Una buena lectura en compañía de una taza de café obra en mi cara demacrada el mismo milagro que unos cuantos potingues iluminándola con una sonrisa de oreja a oreja. Estoy segura de que sabéis de que hablo y de lo bien que sienta. ¿Me equivoco?

Nos leemos en el próximo post.


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