viernes, 27 de febrero de 2015

Chica 4x4



¡¡Hola chic@s!! Hoy no me he podido pasar por aquí en todo el día y puede que mañana tampoco. He tenido que sacar el todo terreno que llevo dentro porque tenía una entrevista de trabajo (todavía no sé nada y, si ha ido bien, aún me queda una prueba más); cumplir con las tareas domésticas; y acompañar a mi pareja a hacer unas compras.

¡¡Un día a la carrera y de locos!! Menos mal que ya es viernes…

Así que ahora me voy a dar un homenaje y mientras ceno voy a ver la película Burlesque con Cher y Christina Aguilera.


¡¡Buen fin de semana!!

jueves, 26 de febrero de 2015

En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza... ¡Chocolate!



No recuerdo haber pasado ni un solo día sin comer chocolate. Bueno, a excepción de cuando he pasado por alguna gastrointeritis. Pero por lo demás daba igual si estaba resfriada, con gripe, dolores menstruales o jaqueca. Mi ración de chocolate nunca ha faltado en mi dieta.

¿Suspendía un examen? ¿Me enfadaba con una amiga? ¿Tenía una bronca monumental con mis padres? ¿Me dejaba el novio? ¿Me despiden del trabajo? Chocolate.

Y no solo para las malas rachas. Si cambiamos las preguntas a ¿Aprobaba un examen? ¿Me lo pasaba genial con una amiga? ¿Mis padres estaban de buenas conmigo? ¿El chico que me gustaba se fijaba en mí? ¿Encuentro trabajo? Pues chocolate también.
Porque, ¿qué hay mejor para curar las penas, hacer más llevadero el día a día, celebrar la vida o darse un capricho porque sí?

Y a mí que no me vengan con lo de que te salen granos en la cara o que te vas a engordar porque paso. Hace tiempo que dejé de preocuparme por mi talla de pantalón. Llevo una dieta equilibrada, camino bastante y bebo un montón de agua. Y eso es todo. Bueno, el hecho de vivir en un cuarto sin ascensor también ayuda a controlar el peso. Pero lo que vengo a decir es que soy de esas chicas que cree firmemente que si no peligra mi salud, el chocolate y otros dulces se quedan conmigo.

Y sí, reconozco que tengo pareja desde hace mucho tiempo y eso también sea quizá una ventaja. Dejadme que os diga que estáis muy equivocadas. Hay que seguir cuidándose para una misma y para que él te siga mirando con ojos golosos (sí, esos mismos ojos que yo misma pongo delante del escaparate de una bombonería o cuando ya estás esperando para pagar en la cola del súper y, de pronto, empiezan a aparecer allá donde mires barritas de Kit Kat, Mars, bolsas de M&M´s, entre otros) que te dicen que quieren hacer contigo cosas maravillosas.

Pero hay algo más complejo y delicado en todo este asunto que voy a compartir con vostr@s por si os puede servir de ayuda o aunque solo sea para sofocar vuestras ganas de cotilleo o morbo. Por fortuna o por desgracia, todavía no lo sé, mi compañero llegó a verme cuando yo pesaba tan solo cincuenta y dos quilos y medía uno setenta y cinco (soy una tía grandota) y creedme cuando os digo que me espanta ver fotografías de esa época. No padecí anorexia o bulimia si es lo que estáis pensando. Pese a que tuve que soportar muchos comentarios al respecto durante mucho tiempo.  Fueron los nervios. La presión por los estudios, la selectividad y sacar la mejor nota posible para poder entrar en la carrera que había escogido, consumían todo lo que llegaba a mi estómago y por mucho alimento que ingiriera no engordaba; al contrario, me consumía.

¡¡Ay!! Basta ya de cosas tristes que no estoy aquí para eso y continuemos nadando en sueños de chocolate y azúcar. Y para eso tengo alguna anécdota que contar.

Con esta espero y deseo que algun@ se sienta identificad@ ya que los protagonistas de esta historia son los bocadillos de Nocilla en las fiestas de cumpleaños infantiles (yo prefiero la Nutella mil veces, pero si me lo plantan en la cara no le voy a hacer ascos). No tengo descendencia pero sí sobrinos y su madre siempre celebra las fiestas en casa aprovechando que es verano y tienen terreno y una piscina enorme. Un montón de niño/as del colegio acuden en masa con sus respectivos padres de los que, por lo que he podido observar en todos estos actos sociales, solo uno conserva su niño interior. Todos los demás son los típicos padres y madres de los que ya os hablaba en la primera entrada de este blog. Perfectamente arreglados para la ocasión (los pequeñines no son una excepción); con sus refinados modales; sus charlas aburridas sobre trabajo; risas forzadas e impuestas cuando detectan que otro/a acapara la atención que hasta hace un momento era toda suya, y aparentando una felicidad conyugal y familiar que seguro que, en cuanto se suben al coche para irse a sus casas, se desmorona como un castillo de arena devorado por las olas. Y aquí soy yo la que encuentro un morbo especial ante tal despliegue de hipocresía. Así que volvamos al chocolate. Hay una escena que se repite en cada cumpleaños y es cuando mi cuñada saca la merienda con los consabidos bocadillos de Nocilla entre los de jamón york, queso, ganchitos, refrescos y demás chucherías. Parece que la norma o etiqueta social, llamadle como queráis, dicta que los susodichos bocadillos de Nocilla son para los niños y los padres beben algo más fuerte y como mucho picotean algo de aquí y de allí o se comen lo que sus churumbeles han manoseado o llevado a la boca y está feo tirar a la basura.  ¡¡Pues no!! La chica que hay en mí se rebela ante tanta tontería y ataca la bandeja de esos tiernos bocados de pan de molde sin corteza untada de esa maravillosa crema de avellanas que nos vuelve a tod@s loc@s. ¡¡Sin miramientos!! Y, ¿qué ocurre en ese preciso instante en que vas a llevarte ese delicioso bocado a la boca para olvidar, en parte, que estás en una fiesta infantil y que tú eres la única que ha venido sin niño? Pues que la mami más delgada; vestida de un blanco impoluto con su look ibicenco; sus perfectas mechas y cuidado maquillaje se acerca y, cogiendo un triangulito de esa delicatessen, dice: “No debería porque después no cenaré, pero hace tanto que no pruebo el chocolate…” Y le dan un minúsculo bocado que apenas les roza los labios y te sonríen como si fueseis amigas de toda la vida, mientras tú devoras tu bocadillo y le devuelves la sonrisa con los dientes llenos de Nocilla imaginándote a ti sumergiendo su cabeza en una fondue de chocolate mientras sueltas una carcajada diabólica. ¡¡Pero qué soberana tontería!! Estás en una fiesta para pasártelo bien y tus críos se lo están pasando bomba, así que disfruta tú también y deja tus ensaladas para cuando llegues a casa. Aunque tengas tres cumpleaños infantiles en una sola semana. ¡¡Date el gusto!!

Yo misma por mi cumpleaños tenía por costumbre llevar al trabajo un bizcocho casero con pepitas de chocolate e incluso, en una sustitución por maternidad, sorprendí a mis compañeras llevando ese día para desayunar un surtido de pastelitos y dulces de los que comíamos de niñas. Nos pusimos hasta las cejas de Pantera Rosa, Bonnie y Tigretón y Donettes. ¡¡Con qué subidón de azúcar trabajamos ese día!! Y ellas encantadas de haberse saltado las reglas por un día y haberse comido hasta la última migaja.


Por no hablar de mi etapa cupcakes en la que atiborré a toda la familia y amigos con cupcakes de vainilla, limón, chocolate e incluso le hice un pastel a mi sobrina de las Monster High. Lo divertido que era probar los sabores y rebañar el bol. ¡¡Muerte por chocolate y golosa!!




Y si con todo lo dicho hasta ahora todavía no habéis sucumbido a comer algún dulce (yo lo he hecho, por supuesto), os recomiendo unas cuantas lecturas que no os dejaran indiferentes al respecto.

“El club de las chocoadictas” y “La dieta de las chocoadictas” de Carole Matthews, donde cuatro amigas: Lucy, Autumn (como yo), Nadia y Chantal se reúnen en El cielo del chocolate o Chocolate Heaven en Londres, para desahogarse de un jefe demasiado coqueto; un novio tramposo; un esposo ludópata; y un desapasionado matrimonio.





“Encuéntrame en el Cupcake Café” y “Navidad en el Cupcake Café” de Jenny Colgan. Isabel “Issy” Randall y las recetas de su abuelo Joe son los protagonistas de una historia que tiene la siguiente presentación: “Si te gustan los pasteles y no usas la talla cuarenta desde hace tiempo, entra en esta novela y disfruta de la amistad entre mujeres, y de una historia que demuestra que si eres valiente puedes conseguir lo que te propongas”. Como para no leerlo. ¡¡Y encima con recetas!!






“El color del té” de Hannah Tunnicliffe. En esta novela, Grace Miller, inaugura en la isla de Macao (China) una cafetería donde sirve té, café y macarons, “las deliciosas galletas francesas del color de las piedras preciosas”.




“La mejor manera de comerse un caupcake” de Meg Donohue. Dos amigas enemistadas y totalmente opuestas, Annie Quintana y Julia St. Clair, que abren una pastelería en San Francisco con la intención de enmendar sus errores.



Y no podía dejar de mencionar “Chocolat” de Joanne Harris. Yo no he visto la película bajo la dirección de Lasse Hallström. Aunque el reparto está muy bien con Juliette Binoche en el papel de  Vianne Rocher; Johnny Depp; y Judi Dench. Personalmente creo que se disfruta más la novela porque agudiza mucho más tus sentidos que lo que ya te ofrece una imagen en la pantalla.




Pero no todo es literatura y cine. También se puede disfrutar de los placeres del chocolate y los dulces en los programas de televisión Guerra de Cupcakes; Dulces e increíbles; con Alma Obregón y muchos más.
Y ahora si me perdonáis voy a por una onza de chocolate que me la he ganado. Y del negro. ¡¡El preferido de la chica que hay en mí!!

POSDATA: agradecería que si alguien conoce más novelas de la misma temática, películas o programas de televisión dejara un comentario para echarle un vistazo. Gracias.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Canas, arrugas y libros

Acabo de darme otra vez el tinte y no por gusto precisamente sino para taparme las canas. ¡¡Si todavía no he llegado a los cuarenta!! Ay, con lo que había llorado y pataleado suplicando a mis padres que me dejaran teñirme el pelo de color rosa, azul o morado. Pero de su boca solo salía un NO rotundo y “que no se vuelva hablar del tema o aún te quedarás sin salir el fin de semana”. Y ahora lloro y pataleo cada vez que veo un pelito blanco asomando en las sienes… Snif, snif!! Esta parte resulta un coñazo y un lastre para mantener a la chica que hay en mí.

Y pensar que muchas de vosotras lo hacéis por gusto. ¡¡Estáis locas!! Ja, ja ;)

Y lo curioso es que hace tiempo que podría haber aprovechado la ocasión de tener que teñirme sí o sí, para hacer realidad mi sueño de adolescente pero, según el DNI resulta que me hago mayor y para trabajar o, en mi caso, para buscar trabajo, no está bien visto optar por un look como el de P¡nk, Avril Lavigne o Gwen Stefani en sus inicios con No Doubt. Aunque aún me queda un as en la manga con el pelo rojizo de la cantante de Paramore, Hayley Williams. No sé por qué pero parece que el rojo es un tono más aceptado y correcto por la mayoría. ¡¡Si hasta las abuelas lo llevan!! Es más, os prometo que donde vivo hay una señora mayor que no solo lleva el pelo de ese color sino que toda ella va vestida, calzada y con complementos rojos. Si un día la pillo le hago una foto y os la cuelgo para que lo veáis con vuestros propios ojos.





En cambio lo de las arrugas parece que lo lleve mejor. Qué cosas. De momento son “signos de expresión” gracias a que las mujeres de mi familia tenemos muy buenos genes al respecto. Y una abuela muy presumida que me enseñó ya de jovencita los secretos de una buena higiene facial aunque no usara maquillaje. Sabios consejos los de una mujer mayor que también se ha sentido una chica toda su vida.

Y esta última reflexión me recuerda a mis últimas lecturas en las que la mayoría de protagonistas eran mujeres maduras o mayores pero con un espíritu muy risueño.

La primera de ellas es Kate Salomon de “La boda de Kate” de Marta Rivera de la Cruz. La señorita Salomon es una encantadora mujer de 71 años originaria de Inglaterra pero afincada en la población de  Ribanova, donde comparte casa con sus dos mejores amigas Anna Livia y Shirley. Dueña de una librería y heredera de las novelas póstumas de su tío Bertie, se reencontrará con el amor de su vida, Forster Smith, a esta tardía edad para volver a vivir como una joven toda la planificación que supone su boda inminente, rodeada de los personajes más variopintos que la llevarán a descubrir lo joven que aún se siente y descubrir sorpresas que llegados a los setenta una cree no poder volver a vivir. 




La segunda es “La felicidad es un té contigo” de Mamen Sánchez. De todos los personajes que pueblan sus páginas, que no son pocos, me quedo con Berta Quiñones, “cabecilla” de la revista Librarte; la abuela Remedios, una entrañable gitana granadina que es más lista que el hambre.




Y por último, “La vida después” también de Marta Rivera de la Cruz. Aquí es Victoria Suárez de Castro, que ya supera la cuarentena, quién nos da una lección de amistad y lealtad aunque por el camino tenga que lidiar con conflictos relacionados con los celos, la envidia y los prejuicios que la misma sociedad causa cuando una mujer y un hombre declaran ser solo amigos.




Ya veis que no soy de las que hace reseñas de libros al uso. Prefiero dar una pequeña pincelada y remarcar lo que más me ha gustado del libro para dejar que seáis vosotr@s quién acabéis dando vuestro veredicto final.

¡¡Que tengáis un buen día!! Y recordad:

"No leas para dormir; lee para soñar".





martes, 24 de febrero de 2015

Opté por la chica que hay en mí

En la entrada de hoy voy a hablaros de mi gran pasión por la lectura, ya que sin los libros es imposible poder darme a conocer bien y recelo de las personas a las que no les gusta leer. Así que si eres de l@s que no lees ni los envases de champú en el baño, este blog no es para ti. Y aprovecho para decir lo mismo sobre el amor hacia los animales, la espiritualidad y la naturaleza. Sé que suena seco o incluso borde pero llega un punto en la vida de toda persona en la que es mejor sincerarse desde un principio y no perder el tiempo con personas que no puedan aportar nada bueno y de las que luego sea demasiado difícil prescindir por miedo a no saber decir no o dañarlas. Así que:

“Prefiero causar molestias diciendo la verdad, que causar admiración diciendo mentiras”.

Para mí los libros son como un buen paseo por la montaña para respirar aire fresco y poner en forma mi cuerpo y alma. Sus historias hacen más que distraerme. Me preparan para afrontar toda clase de situaciones al ponerme en la piel de sus personajes y sufrir, reír, luchar, sobrevivir o madurar con ellos. Y me complace enormemente ser tan ecléctica en cuanto a géneros literarios se refiere porque así el disfrute es mayor y las emociones imposibles de mesurar. Mis gustos van desde la literatura juvenil pasando por la romántica (pero nada de portadas con damas y caballeros con el torso al descubierto y títulos del tipo “El conde que me enamoró” o cosas por el estilo); el thriller; la novela contemporánea en general, y, por encima de todo, el chick lit.

De pequeña ya era  un ratoncito de biblioteca. Disfrutaba con las lecturas que nos recomendaban en el colegio, la mayoría de las colecciones El Barco de Vapor; Gran Angular o Edebé; y que aún guardo en cajas en el garaje de mis padres. Así que no es de extrañar que a día de hoy casi no quepamos en el piso por la cantidad de libros que ido comprando y devorando uno tras otro sin parar desde la adolescencia hasta mis treinta y tantos.

Y llegados a este punto, quiero hacer especial mención a un día clave en mi vida como lectora y que estoy segura de que much@s apreciareis u os sentiréis idetificad@s. El día que cayó en mis manos la primera edición en español de “El Diario de Bridget Jones”  de la mano de la editorial Lumen un 23 de abril de 1999 (aunque la novela original en inglés llevaba publicada desde 1996). Yo contaba con veinte añitos y ya llevaba unos cuantos diarios personales a mis espaldas contando todas y cada una de mis batallitas adolescentes; el no sentirme comprendida ni amada; no acabar de encajar en ningún grupo y bla, bla, bla; cuando empecé a leerlo y me encontré con esa curiosa manera de escribir un diario contando cigarrillos (yo por entonces también fumaba), calorías, copas y quilos. Pero sobretodo la manera tan desenfada y sin pelos en la lengua para soltar todo lo que te venga en gana de manera que ni yo me había atrevido a escribir de mis propias experiencias. También es cierto que aún me faltaba un mundo por vivir y quizá hoy no me hubiese impactado tanto como entonces. El caso es que agradecí que una autora como Helen Fielding abriera las puertas a lo que con el tiempo se acabaría conociendo mundialmente como género chick lit.  Y a la entrañable Bridget Jones siguieron las alocadas hermanas Walsh de Marian Keyes; y demás personajes femeninos de escritoras como Jane Green, Sophie Kinsella, Carole Matthews, Emily Giffin y tantas otras a las que recientemente se unieron también nuestras autoras españolas. Olivia Ardey, Regina Román, Olga Salar, Connie Jett son algunos ejemplos de que en nuestro país hay mucho talento y que podemos emular e incluso superar a las que ya se han consolidado como Best Sellers internacionales.
Y como no podía ser de otra forma, todas esas lecturas me ayudaron a descubrir que yo era más una chica de espíritu libre que se contentaba con poco, que una mujer obsesionada con todos los aspectos de su vida del tipo “no voy a encontrar nunca el amor verdadero; no me casaré; no tendré hijos ni una casa preciosa; no podré presumir delante de mis amigas; o disfrutar de unas vacaciones en una playa paradisíaca tumbada al sol sin hacer nada mientras la niñera se hace cargo de los niños”. Pero, ¡¡cómo los he disfrutado y lo seguiré haciendo!! Porque me hacen reír y valorar lo que tengo y son mis auténticos amigos y están ahí cuando los necesito.

Me quedé con mis libros, mi música, mi mascota, mis paseos, la compañía reconfortante de mi mejor amigo, los capuchinos y el chocolate aunque estuviera sin empleo e hipotecada hasta las cejas. Opté por la chica que hay en mí.


“Quizás te des cuenta algún día que la Vida no exigía tanto de ti, tanto sacrificio, tanto cansancio, tal vez solamente te pedía ser feliz”.

lunes, 23 de febrero de 2015

Una princesa gótica

Ya sé que es un topicazo pero, que difícil es afrontar el lunes para la mayoría de los mortales. Porque aunque os resignéis a creerlo, hay una parte de la población que es inmune al fatídico primer día de la semana. Debe ser genial…

Tanto si trabajas como si no, se hace cuesta arriba levantarte y encarar toda la semana que tienes por delante. Cuando estás en activo llegas a tu puesto de trabajo en estado catatónico aunque ya te hayas tomado el primer café de la mañana. Por cierto, a la hora que es, ¿Cuántos lleváis ya en el cuerpo? Pues yo ahora que lo pienso todavía ninguno. Nada más saltar de la cama no me sienta bien y después me he liado con lo de buscar trabajo y pasear al perro y aquí me tenéis dándole al teclado sin haberlo probado aún. Hay que poner remedio. Voy a darle a la Nespresso mientras sigo divagando aquí con vosotr@s. ¡¡Un momento!!




¡¡Ya estoy aquí con mi tacita de café!! Que se va a juntar con el de después de comer pero como los tomo descafeinados supongo que no hay problema.

Por donde iba… A sí, que cuando llegas el lunes al trabajo por mucha cafeína que lleves en la sangre tu cara es de “ya estamos otra vez aquí; con lo bien que me lo he pasado este fin de semana y que poco dura”. Y si no trabajas, te levantas con la sensación de no estar haciendo nada con tu vida y suplicando para que, antes de que termine la semana, te llamen para alguna entrevista de trabajo aunque después no vuelvas a saber de ellos pero acallando tu conciencia de que tú ya lo has intentado y que la próxima vez será. Pero la realidad es que la cuenta corriente va menguando y la sensación de “complejo de Cenicienta” por estar todo el día en casa haciendo tareas del hogar va in crescendo hasta límites inaguantables. Aunque sinceramente yo no soy muy Cenicienta porque si vierais como andan a sus anchas las bolas de pelusa allá donde mire…

Pero dejemos ya al lunes tranquilo que total ya hemos pasado mediodía y ya le falta menos para que acabe.

Ayer os contaba acerca del hecho de que mi vida se rige por unas pautas que no son las convencionales. Y es raro que no haya acabado siendo un prototipo más del que reniego. Pues siempre me educaron con mano dura tanto en casa como en el colegio. Mis padres no me dejaban pasar ni una y mi madre me vestía como a una princesita de cuento de hadas. Ya sabéis, vestiditos con lazo, zapatos de charol lustrosos, calcetines bordados, coletas de caballo, trenzas y todo eso. Y, ¡¡pobre de mí que me despeinara o echara a perder el vestido o los zapatos ensuciándome como cualquier niño normal que se tiraba por el suelo para jugar con las canicas, saltar a la comba o hacer “pasteles” con barro!! Era como los maniquís de las tiendas.
¡¡Y colegio fue peor!! De los tres a los cinco años fui a una escuela de monjas. No haré más comentarios. Ahí lo dejo. Y después me pasé doce años en un colegio privado que, aunque me dio una muy buena base educativa, para mi gusto fomentaban demasiado la competitividad entre sus alumnos y los profesores eran como tus segundos padres. Como si no tuvieras suficiente con los tuyos… Y después vino la etapa universitaria donde las amigas que hice también seguían el patrón estudiar para llegar a ser alguien en la vida, casarse y tener hijos.

Pero yo ya despuntaba maneras de pequeña. Por muy controlada que estaba mi vida por mis padres y la escuela, mi cabeza estaba en otro sitio y mi imaginación era desbordante. Eso me ayudo a escapar de lo convencional y me transformó en una niña un poco rarita frente a las demás. Me encantaba la Bruja Avería, sentía pasión por todo lo mágico y siniestro (ninfas, hadas, brujas, vampiros, fantasmas…) y me encantaban las canciones del género rock. Podría haber sido una princesita como mi madre quería, pero una princesita gótica. Una especie de Avril Lavigne o Amy Lee de Evanescence adelantada a su tiempo.
¡¡Y lo conseguí!! Con el tiempo, en la adolescencia, pude experimentar y coquetear con toda clase de estilos. Des del look hippie pasando por el heavy y el más melancólico gótico. Fue una etapa estupenda en la que la chica que empezaba a hacerse mayor por fin dejo de sentirse rara y disfrutó todo lo que pudo de la experiencia.

Mmmmm… El hambre empieza a apretar así que vamos a ver que hay de comer y luego quizá le demos más caña al teclado.

Enjoy your meal ;)



domingo, 22 de febrero de 2015

Conociendo a "La chica que hay en mí"

Esta es mi primera entrada y, antes de nada, querría aclarar por la descripción que hago de mi blog, que no soy ninguna feminista. Simplemente creo que ha llegado el momento de poner por escrito y dejar constancia en la red, de como me siento ahora que he llegado a cierta edad (treinta y tantos) y una serie de acontecimientos (propios o ajenos a mí), crean situaciones inverosímiles, algunas incómodas y otras que parecen sacadas de una novela o comedia romántica. También es un buen ejercicio de escritura. Pues siempre me ha gustado escribir pero de un tiempo aquí, no es que las musas me hayan abandonado, es que mi imaginación se ha evaporado por completo y creo que esta es una buena manera de intentar recuperarla. Aunque también se admiten consejos, ¡¡por descontado!!
Si nos fijamos en los clichés impuestos por la sociedad en general, de la que reconozco que no escapan libros, películas o canciones que yo misma leo, veo o escucho; en este preciso instante de mi vida tendría que estar casada; con 1,5 hijos; hipotecada de una buena casa con todas las comodidades; gozar de una profesión estable con una buena posición dentro de mi empresa o ejerciendo de perfecta ama de casa, dedicada exclusivamente a su hogar pero "encantada de la vida de cuidar de su marido, hijos y mascota". Respecto al físico sería esclava de las apariencias ante las demás mamás y amistades vistiendo buena ropa y adecuada a mi generación, por supuesto; iría más a menudo a la peluquería; y me pasaría la brocha por la cara con más asiduidad, no ya para estar más guapa (que eso también, claro) sino para enmascarar el cansancio de ser todo lo dicho anteriormente. Uf!! ¡¡Si es que solo de escribirlo ya me siento agotada!!
Y ahí no queda la cosa porque no todo es familia y trabajo. También se supone que tienes una relación madura y cordial con todos: amigos, familia, vecinos, escuela , niños o la cajera del supermercado. Participar activamente y alegremente, nada de caras impuestas de falsas sonrisas, en todos los acontecimientos que requieran de tu presencia. Y como no, ser una excelente amante en el dormitorio.
Vaya, ser un personaje de los que nos han vendido en series como "Mujeres desesperadas"o "Sexo en Nueva York". Porque por mucho que quieran transmitir todo lo contrario con personajes como Carrie Bradshaw o Gabrielle Solís, lo cierto es que detrás o entre ellas siempre habrá una Bree Van De Kamp, una Lynette Scavo o la entrañable Charlotte York. Y estos son solo dos ejemplos, pues incluso en la mítica y para mí queridísima "Friends", Monica Geller también soñaba con casarse, tener hijos y una buena profesión como chef. Y repito que yo misma fui adicta a todas ellas y no me perdí una sola temporada. Pero cuando se trata de tu vida y la venda cae de tus ojos, la realidad es muy cruel y el culetazo que te pegas es de campeonato.

Y de ahí el nombre de mi blog, La chica que hay en mí. 

Estoy casada, hipotecada de un un pequeño piso de dos habitaciones en un cuarto sin ascensor y tengo una mascota. Pero nada más. Ni hijos/as; ni una profesión o carrera profesional asombrosa (estoy en desempleo y sin cobrar ningún tipo de prestación o ayuda); ni gran vida social. Varios factores me han conducido hasta aquí, ya sabéis, la crisis y todo eso. Pero yo creo que la mayor parte se debe a esa "chica que hay en mí"; esa especie de Peter Pan o Campanilla que ve el mundo desde sus jeans y sus zapatillas de deporte; disfrutando de las historias maravillosas que esconden los libros; bailando sola en el salón con las canciones rock de siempre; comiendo chocolate; paseando a su perro; viendo dibujos animados; enamorada desde hace una eternidad de su pareja y soñando con un mundo menos cruel. Por eso no utilizo el apelativo de "mujer". ¡¡Yo todavía sigo siendo una chica!! Una chica sencilla, muy sensible y capaz de ser feliz con poca cosa.

Para resumir y que nos vayamos conociendo poco a poco, aunque con esta entrada no me he quedado corta precisamente; os dejo dos pensamientos que pueden definirme bastante bien y que ya iremos descubriendo sobre la marcha:

"La capacidad de emocionarte frente a las simples cosas no te hace débil, te hace más humano."

"Que no falte un beso que cause temblor,
que no falte una caricia que produzca calor,
que no falten en tu vida UN CAFÉ, UN LIBRO Y UN AMOR."