miércoles, 25 de febrero de 2015

Canas, arrugas y libros

Acabo de darme otra vez el tinte y no por gusto precisamente sino para taparme las canas. ¡¡Si todavía no he llegado a los cuarenta!! Ay, con lo que había llorado y pataleado suplicando a mis padres que me dejaran teñirme el pelo de color rosa, azul o morado. Pero de su boca solo salía un NO rotundo y “que no se vuelva hablar del tema o aún te quedarás sin salir el fin de semana”. Y ahora lloro y pataleo cada vez que veo un pelito blanco asomando en las sienes… Snif, snif!! Esta parte resulta un coñazo y un lastre para mantener a la chica que hay en mí.

Y pensar que muchas de vosotras lo hacéis por gusto. ¡¡Estáis locas!! Ja, ja ;)

Y lo curioso es que hace tiempo que podría haber aprovechado la ocasión de tener que teñirme sí o sí, para hacer realidad mi sueño de adolescente pero, según el DNI resulta que me hago mayor y para trabajar o, en mi caso, para buscar trabajo, no está bien visto optar por un look como el de P¡nk, Avril Lavigne o Gwen Stefani en sus inicios con No Doubt. Aunque aún me queda un as en la manga con el pelo rojizo de la cantante de Paramore, Hayley Williams. No sé por qué pero parece que el rojo es un tono más aceptado y correcto por la mayoría. ¡¡Si hasta las abuelas lo llevan!! Es más, os prometo que donde vivo hay una señora mayor que no solo lleva el pelo de ese color sino que toda ella va vestida, calzada y con complementos rojos. Si un día la pillo le hago una foto y os la cuelgo para que lo veáis con vuestros propios ojos.





En cambio lo de las arrugas parece que lo lleve mejor. Qué cosas. De momento son “signos de expresión” gracias a que las mujeres de mi familia tenemos muy buenos genes al respecto. Y una abuela muy presumida que me enseñó ya de jovencita los secretos de una buena higiene facial aunque no usara maquillaje. Sabios consejos los de una mujer mayor que también se ha sentido una chica toda su vida.

Y esta última reflexión me recuerda a mis últimas lecturas en las que la mayoría de protagonistas eran mujeres maduras o mayores pero con un espíritu muy risueño.

La primera de ellas es Kate Salomon de “La boda de Kate” de Marta Rivera de la Cruz. La señorita Salomon es una encantadora mujer de 71 años originaria de Inglaterra pero afincada en la población de  Ribanova, donde comparte casa con sus dos mejores amigas Anna Livia y Shirley. Dueña de una librería y heredera de las novelas póstumas de su tío Bertie, se reencontrará con el amor de su vida, Forster Smith, a esta tardía edad para volver a vivir como una joven toda la planificación que supone su boda inminente, rodeada de los personajes más variopintos que la llevarán a descubrir lo joven que aún se siente y descubrir sorpresas que llegados a los setenta una cree no poder volver a vivir. 




La segunda es “La felicidad es un té contigo” de Mamen Sánchez. De todos los personajes que pueblan sus páginas, que no son pocos, me quedo con Berta Quiñones, “cabecilla” de la revista Librarte; la abuela Remedios, una entrañable gitana granadina que es más lista que el hambre.




Y por último, “La vida después” también de Marta Rivera de la Cruz. Aquí es Victoria Suárez de Castro, que ya supera la cuarentena, quién nos da una lección de amistad y lealtad aunque por el camino tenga que lidiar con conflictos relacionados con los celos, la envidia y los prejuicios que la misma sociedad causa cuando una mujer y un hombre declaran ser solo amigos.




Ya veis que no soy de las que hace reseñas de libros al uso. Prefiero dar una pequeña pincelada y remarcar lo que más me ha gustado del libro para dejar que seáis vosotr@s quién acabéis dando vuestro veredicto final.

¡¡Que tengáis un buen día!! Y recordad:

"No leas para dormir; lee para soñar".





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