jueves, 26 de febrero de 2015

En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza... ¡Chocolate!



No recuerdo haber pasado ni un solo día sin comer chocolate. Bueno, a excepción de cuando he pasado por alguna gastrointeritis. Pero por lo demás daba igual si estaba resfriada, con gripe, dolores menstruales o jaqueca. Mi ración de chocolate nunca ha faltado en mi dieta.

¿Suspendía un examen? ¿Me enfadaba con una amiga? ¿Tenía una bronca monumental con mis padres? ¿Me dejaba el novio? ¿Me despiden del trabajo? Chocolate.

Y no solo para las malas rachas. Si cambiamos las preguntas a ¿Aprobaba un examen? ¿Me lo pasaba genial con una amiga? ¿Mis padres estaban de buenas conmigo? ¿El chico que me gustaba se fijaba en mí? ¿Encuentro trabajo? Pues chocolate también.
Porque, ¿qué hay mejor para curar las penas, hacer más llevadero el día a día, celebrar la vida o darse un capricho porque sí?

Y a mí que no me vengan con lo de que te salen granos en la cara o que te vas a engordar porque paso. Hace tiempo que dejé de preocuparme por mi talla de pantalón. Llevo una dieta equilibrada, camino bastante y bebo un montón de agua. Y eso es todo. Bueno, el hecho de vivir en un cuarto sin ascensor también ayuda a controlar el peso. Pero lo que vengo a decir es que soy de esas chicas que cree firmemente que si no peligra mi salud, el chocolate y otros dulces se quedan conmigo.

Y sí, reconozco que tengo pareja desde hace mucho tiempo y eso también sea quizá una ventaja. Dejadme que os diga que estáis muy equivocadas. Hay que seguir cuidándose para una misma y para que él te siga mirando con ojos golosos (sí, esos mismos ojos que yo misma pongo delante del escaparate de una bombonería o cuando ya estás esperando para pagar en la cola del súper y, de pronto, empiezan a aparecer allá donde mires barritas de Kit Kat, Mars, bolsas de M&M´s, entre otros) que te dicen que quieren hacer contigo cosas maravillosas.

Pero hay algo más complejo y delicado en todo este asunto que voy a compartir con vostr@s por si os puede servir de ayuda o aunque solo sea para sofocar vuestras ganas de cotilleo o morbo. Por fortuna o por desgracia, todavía no lo sé, mi compañero llegó a verme cuando yo pesaba tan solo cincuenta y dos quilos y medía uno setenta y cinco (soy una tía grandota) y creedme cuando os digo que me espanta ver fotografías de esa época. No padecí anorexia o bulimia si es lo que estáis pensando. Pese a que tuve que soportar muchos comentarios al respecto durante mucho tiempo.  Fueron los nervios. La presión por los estudios, la selectividad y sacar la mejor nota posible para poder entrar en la carrera que había escogido, consumían todo lo que llegaba a mi estómago y por mucho alimento que ingiriera no engordaba; al contrario, me consumía.

¡¡Ay!! Basta ya de cosas tristes que no estoy aquí para eso y continuemos nadando en sueños de chocolate y azúcar. Y para eso tengo alguna anécdota que contar.

Con esta espero y deseo que algun@ se sienta identificad@ ya que los protagonistas de esta historia son los bocadillos de Nocilla en las fiestas de cumpleaños infantiles (yo prefiero la Nutella mil veces, pero si me lo plantan en la cara no le voy a hacer ascos). No tengo descendencia pero sí sobrinos y su madre siempre celebra las fiestas en casa aprovechando que es verano y tienen terreno y una piscina enorme. Un montón de niño/as del colegio acuden en masa con sus respectivos padres de los que, por lo que he podido observar en todos estos actos sociales, solo uno conserva su niño interior. Todos los demás son los típicos padres y madres de los que ya os hablaba en la primera entrada de este blog. Perfectamente arreglados para la ocasión (los pequeñines no son una excepción); con sus refinados modales; sus charlas aburridas sobre trabajo; risas forzadas e impuestas cuando detectan que otro/a acapara la atención que hasta hace un momento era toda suya, y aparentando una felicidad conyugal y familiar que seguro que, en cuanto se suben al coche para irse a sus casas, se desmorona como un castillo de arena devorado por las olas. Y aquí soy yo la que encuentro un morbo especial ante tal despliegue de hipocresía. Así que volvamos al chocolate. Hay una escena que se repite en cada cumpleaños y es cuando mi cuñada saca la merienda con los consabidos bocadillos de Nocilla entre los de jamón york, queso, ganchitos, refrescos y demás chucherías. Parece que la norma o etiqueta social, llamadle como queráis, dicta que los susodichos bocadillos de Nocilla son para los niños y los padres beben algo más fuerte y como mucho picotean algo de aquí y de allí o se comen lo que sus churumbeles han manoseado o llevado a la boca y está feo tirar a la basura.  ¡¡Pues no!! La chica que hay en mí se rebela ante tanta tontería y ataca la bandeja de esos tiernos bocados de pan de molde sin corteza untada de esa maravillosa crema de avellanas que nos vuelve a tod@s loc@s. ¡¡Sin miramientos!! Y, ¿qué ocurre en ese preciso instante en que vas a llevarte ese delicioso bocado a la boca para olvidar, en parte, que estás en una fiesta infantil y que tú eres la única que ha venido sin niño? Pues que la mami más delgada; vestida de un blanco impoluto con su look ibicenco; sus perfectas mechas y cuidado maquillaje se acerca y, cogiendo un triangulito de esa delicatessen, dice: “No debería porque después no cenaré, pero hace tanto que no pruebo el chocolate…” Y le dan un minúsculo bocado que apenas les roza los labios y te sonríen como si fueseis amigas de toda la vida, mientras tú devoras tu bocadillo y le devuelves la sonrisa con los dientes llenos de Nocilla imaginándote a ti sumergiendo su cabeza en una fondue de chocolate mientras sueltas una carcajada diabólica. ¡¡Pero qué soberana tontería!! Estás en una fiesta para pasártelo bien y tus críos se lo están pasando bomba, así que disfruta tú también y deja tus ensaladas para cuando llegues a casa. Aunque tengas tres cumpleaños infantiles en una sola semana. ¡¡Date el gusto!!

Yo misma por mi cumpleaños tenía por costumbre llevar al trabajo un bizcocho casero con pepitas de chocolate e incluso, en una sustitución por maternidad, sorprendí a mis compañeras llevando ese día para desayunar un surtido de pastelitos y dulces de los que comíamos de niñas. Nos pusimos hasta las cejas de Pantera Rosa, Bonnie y Tigretón y Donettes. ¡¡Con qué subidón de azúcar trabajamos ese día!! Y ellas encantadas de haberse saltado las reglas por un día y haberse comido hasta la última migaja.


Por no hablar de mi etapa cupcakes en la que atiborré a toda la familia y amigos con cupcakes de vainilla, limón, chocolate e incluso le hice un pastel a mi sobrina de las Monster High. Lo divertido que era probar los sabores y rebañar el bol. ¡¡Muerte por chocolate y golosa!!




Y si con todo lo dicho hasta ahora todavía no habéis sucumbido a comer algún dulce (yo lo he hecho, por supuesto), os recomiendo unas cuantas lecturas que no os dejaran indiferentes al respecto.

“El club de las chocoadictas” y “La dieta de las chocoadictas” de Carole Matthews, donde cuatro amigas: Lucy, Autumn (como yo), Nadia y Chantal se reúnen en El cielo del chocolate o Chocolate Heaven en Londres, para desahogarse de un jefe demasiado coqueto; un novio tramposo; un esposo ludópata; y un desapasionado matrimonio.





“Encuéntrame en el Cupcake Café” y “Navidad en el Cupcake Café” de Jenny Colgan. Isabel “Issy” Randall y las recetas de su abuelo Joe son los protagonistas de una historia que tiene la siguiente presentación: “Si te gustan los pasteles y no usas la talla cuarenta desde hace tiempo, entra en esta novela y disfruta de la amistad entre mujeres, y de una historia que demuestra que si eres valiente puedes conseguir lo que te propongas”. Como para no leerlo. ¡¡Y encima con recetas!!






“El color del té” de Hannah Tunnicliffe. En esta novela, Grace Miller, inaugura en la isla de Macao (China) una cafetería donde sirve té, café y macarons, “las deliciosas galletas francesas del color de las piedras preciosas”.




“La mejor manera de comerse un caupcake” de Meg Donohue. Dos amigas enemistadas y totalmente opuestas, Annie Quintana y Julia St. Clair, que abren una pastelería en San Francisco con la intención de enmendar sus errores.



Y no podía dejar de mencionar “Chocolat” de Joanne Harris. Yo no he visto la película bajo la dirección de Lasse Hallström. Aunque el reparto está muy bien con Juliette Binoche en el papel de  Vianne Rocher; Johnny Depp; y Judi Dench. Personalmente creo que se disfruta más la novela porque agudiza mucho más tus sentidos que lo que ya te ofrece una imagen en la pantalla.




Pero no todo es literatura y cine. También se puede disfrutar de los placeres del chocolate y los dulces en los programas de televisión Guerra de Cupcakes; Dulces e increíbles; con Alma Obregón y muchos más.
Y ahora si me perdonáis voy a por una onza de chocolate que me la he ganado. Y del negro. ¡¡El preferido de la chica que hay en mí!!

POSDATA: agradecería que si alguien conoce más novelas de la misma temática, películas o programas de televisión dejara un comentario para echarle un vistazo. Gracias.

2 comentarios:

  1. El club del Cupcake es una novela que de Clara Villalón que me encantó y me fue muy amena

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    Respuestas
    1. Hola Fairilyn,
      La conozco. De hecho ya la leí. Hace tanto tiempo de esta entrada que me ha dado tiempo a ampliar mis lecturas sobre este tema. Pero muchas gracias igualmente por la recomendación.
      Besos ;)

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