No recuerdo haber pasado
ni un solo día sin comer chocolate. Bueno, a excepción de cuando he pasado por
alguna gastrointeritis. Pero por lo demás daba igual si estaba resfriada, con
gripe, dolores menstruales o jaqueca. Mi ración de chocolate nunca ha faltado
en mi dieta.
¿Suspendía un examen? ¿Me
enfadaba con una amiga? ¿Tenía una bronca monumental con mis padres? ¿Me dejaba
el novio? ¿Me despiden del trabajo? Chocolate.
Y no solo para las malas
rachas. Si cambiamos las preguntas a ¿Aprobaba un examen? ¿Me lo pasaba genial
con una amiga? ¿Mis padres estaban de buenas conmigo? ¿El chico que me gustaba
se fijaba en mí? ¿Encuentro trabajo? Pues chocolate también.
Porque, ¿qué hay mejor
para curar las penas, hacer más llevadero el día a día, celebrar la vida o
darse un capricho porque sí?
Y a mí que no me vengan
con lo de que te salen granos en la cara o que te vas a engordar porque paso.
Hace tiempo que dejé de preocuparme por mi talla de pantalón. Llevo una dieta
equilibrada, camino bastante y bebo un montón de agua. Y eso es todo. Bueno, el
hecho de vivir en un cuarto sin ascensor también ayuda a controlar el peso.
Pero lo que vengo a decir es que soy de esas chicas que cree firmemente que si
no peligra mi salud, el chocolate y otros dulces se quedan conmigo.
Y sí, reconozco que tengo
pareja desde hace mucho tiempo y eso también sea quizá una ventaja. Dejadme que
os diga que estáis muy equivocadas. Hay que seguir cuidándose para una misma y
para que él te siga mirando con ojos golosos (sí, esos mismos ojos que yo misma
pongo delante del escaparate de una bombonería o cuando ya estás esperando para
pagar en la cola del súper y, de pronto, empiezan a aparecer allá donde mires
barritas de Kit Kat, Mars, bolsas de M&M´s, entre otros) que te dicen que
quieren hacer contigo cosas maravillosas.
Pero hay algo más
complejo y delicado en todo este asunto que voy a compartir con vostr@s por si
os puede servir de ayuda o aunque solo sea para sofocar vuestras ganas de
cotilleo o morbo. Por fortuna o por desgracia, todavía no lo sé, mi compañero
llegó a verme cuando yo pesaba tan solo cincuenta y dos quilos y medía uno
setenta y cinco (soy una tía grandota) y creedme cuando os digo que me espanta
ver fotografías de esa época. No padecí anorexia o bulimia si es lo que estáis
pensando. Pese a que tuve que soportar muchos comentarios al respecto durante
mucho tiempo. Fueron los nervios. La
presión por los estudios, la selectividad y sacar la mejor nota posible para
poder entrar en la carrera que había escogido, consumían todo lo que llegaba a
mi estómago y por mucho alimento que ingiriera no engordaba; al contrario, me
consumía.
¡¡Ay!! Basta ya de cosas
tristes que no estoy aquí para eso y continuemos nadando en sueños de chocolate
y azúcar. Y para eso tengo alguna anécdota que contar.
Con esta espero y deseo
que algun@ se sienta identificad@ ya que los protagonistas de esta historia son
los bocadillos de Nocilla en las fiestas de cumpleaños infantiles (yo prefiero
la Nutella mil veces, pero si me lo plantan en la cara no le voy a hacer
ascos). No tengo descendencia pero sí sobrinos y su madre siempre celebra las
fiestas en casa aprovechando que es verano y tienen terreno y una piscina
enorme. Un montón de niño/as del colegio acuden en masa con sus respectivos
padres de los que, por lo que he podido observar en todos estos actos sociales,
solo uno conserva su niño interior. Todos los demás son los típicos padres y
madres de los que ya os hablaba en la primera entrada de este blog.
Perfectamente arreglados para la ocasión (los pequeñines no son una excepción);
con sus refinados modales; sus charlas aburridas sobre trabajo; risas forzadas
e impuestas cuando detectan que otro/a acapara la atención que hasta hace un
momento era toda suya, y aparentando una felicidad conyugal y familiar que
seguro que, en cuanto se suben al coche para irse a sus casas, se desmorona
como un castillo de arena devorado por las olas. Y aquí soy yo la que encuentro
un morbo especial ante tal despliegue de hipocresía. Así que volvamos al
chocolate. Hay una escena que se repite en cada cumpleaños y es cuando mi
cuñada saca la merienda con los consabidos bocadillos de Nocilla entre los de
jamón york, queso, ganchitos, refrescos y demás chucherías. Parece que la norma
o etiqueta social, llamadle como queráis, dicta que los susodichos bocadillos
de Nocilla son para los niños y los padres beben algo más fuerte y como mucho
picotean algo de aquí y de allí o se comen lo que sus churumbeles han manoseado
o llevado a la boca y está feo tirar a la basura. ¡¡Pues no!! La chica que hay en mí se rebela
ante tanta tontería y ataca la bandeja de esos tiernos bocados de pan de molde
sin corteza untada de esa maravillosa crema de avellanas que nos vuelve a tod@s
loc@s. ¡¡Sin miramientos!! Y, ¿qué ocurre en ese preciso instante en que vas a
llevarte ese delicioso bocado a la boca para olvidar, en parte, que estás en
una fiesta infantil y que tú eres la única que ha venido sin niño? Pues que la
mami más delgada; vestida de un blanco impoluto con su look ibicenco; sus
perfectas mechas y cuidado maquillaje se acerca y, cogiendo un triangulito de
esa delicatessen, dice: “No debería
porque después no cenaré, pero hace tanto que no pruebo el chocolate…” Y le dan
un minúsculo bocado que apenas les roza los labios y te sonríen como si fueseis
amigas de toda la vida, mientras tú devoras tu bocadillo y le devuelves la
sonrisa con los dientes llenos de Nocilla imaginándote a ti sumergiendo su
cabeza en una fondue de chocolate mientras sueltas una carcajada diabólica.
¡¡Pero qué soberana tontería!! Estás en una fiesta para pasártelo bien y tus
críos se lo están pasando bomba, así que disfruta tú también y deja tus
ensaladas para cuando llegues a casa. Aunque tengas tres cumpleaños infantiles
en una sola semana. ¡¡Date el gusto!!
Yo misma por mi
cumpleaños tenía por costumbre llevar al trabajo un bizcocho casero con pepitas
de chocolate e incluso, en una sustitución por maternidad, sorprendí a mis
compañeras llevando ese día para desayunar un surtido de pastelitos y dulces de
los que comíamos de niñas. Nos pusimos hasta las cejas de Pantera Rosa, Bonnie
y Tigretón y Donettes. ¡¡Con qué subidón de azúcar trabajamos ese día!! Y ellas
encantadas de haberse saltado las reglas por un día y haberse comido hasta la
última migaja.
Por no hablar de mi etapa
cupcakes en la que atiborré a toda la familia y amigos con cupcakes de
vainilla, limón, chocolate e incluso le hice un pastel a mi sobrina de las
Monster High. Lo divertido que era probar los sabores y rebañar el bol. ¡¡Muerte por chocolate y golosa!!
Y si con todo lo dicho
hasta ahora todavía no habéis sucumbido a comer algún dulce (yo lo he hecho,
por supuesto), os recomiendo unas cuantas lecturas que no os dejaran
indiferentes al respecto.
“El club de las
chocoadictas” y “La dieta de las
chocoadictas” de Carole Matthews, donde cuatro amigas: Lucy,
Autumn (como yo), Nadia y Chantal se reúnen en El cielo del chocolate o
Chocolate Heaven en Londres, para desahogarse de un jefe demasiado coqueto; un
novio tramposo; un esposo ludópata; y un desapasionado matrimonio.


“Encuéntrame en el
Cupcake Café” y “Navidad en el
Cupcake Café” de Jenny Colgan. Isabel “Issy” Randall y las
recetas de su abuelo Joe son los protagonistas de una historia que tiene la
siguiente presentación: “Si te gustan los pasteles y no usas la talla cuarenta
desde hace tiempo, entra en esta novela y disfruta de la amistad entre mujeres,
y de una historia que demuestra que si eres valiente puedes conseguir lo que te
propongas”. Como para no leerlo. ¡¡Y encima con recetas!!
“El color del té” de
Hannah Tunnicliffe. En esta
novela, Grace Miller, inaugura en la isla de Macao (China) una cafetería donde
sirve té, café y macarons, “las deliciosas galletas francesas del color de las
piedras preciosas”.
“La mejor manera de
comerse un caupcake” de Meg Donohue. Dos amigas enemistadas y totalmente opuestas, Annie Quintana y Julia St.
Clair, que abren una pastelería en San Francisco con la intención de enmendar
sus errores.
Y no podía dejar de
mencionar “Chocolat” de Joanne Harris.
Yo no he visto la película bajo la dirección de Lasse Hallström. Aunque el
reparto está muy bien con Juliette Binoche en el papel de Vianne Rocher; Johnny Depp; y Judi Dench.
Personalmente creo que se disfruta más la novela porque agudiza mucho más tus
sentidos que lo que ya te ofrece una imagen en la pantalla.
Pero no todo es
literatura y cine. También se puede disfrutar de los placeres del chocolate y
los dulces en los programas de televisión Guerra de
Cupcakes; Dulces e
increíbles; con Alma
Obregón y muchos más.
Y ahora si me perdonáis
voy a por una onza de chocolate que me la he ganado. Y del negro. ¡¡El
preferido de la chica que hay en mí!!
POSDATA: agradecería que
si alguien conoce más novelas de la misma temática, películas o programas de
televisión dejara un comentario para echarle un vistazo. Gracias.